Wednesday, February 22, 2006

Distancia

Caminas apresurada por Paseo de la Reforma. Decides husmear en la Gandhi. Huele a libros nuevos. Ese olor te seduce. Paseas la vista por cada uno de los escaparates. Poesía de Sabines. Cien diablos guardianes. Diez rayuelas. Un punto y aparte. Quieres comprar un poco de todo mas tu indecisión impide que seas mercante.

Sales de nuevo a la calle. Continúas tu camino por Madero. Uno de tus tacones se atora en las imperfecciones de los adoquines. Debiste traer zapatos cerrados, planos, pero no, decidiste usar esos de femme fatale, absurdamente entaconados.

Entras al Sanborn’s de los Azulejos. En la dulcería compras trufas de la casa. No hay mesa disponible en la parte baja. ¿Ir hasta allá y no cenar frente a la fuente del patio central? Inconcebible. Te anotan en la lista de espera.

Buscas unos pompons, hojeas y ojeas los libros. Comparas precios con respecto a la librería anterior. Te alegras de no haber adquirido nada por impulso. Tomas una postal que no enviarás a nadie.

Te asignan mesa. No hay vuelta de hoja para escoger la cena, aunque haya muchas opciones en el menú. Un pozole resulta tentador pero sigues la línea tradicional: Enchiladas suizas y limonada en agua mineral.

Sientes el descanso en tus pies apenas te sientas. Has caminado todo el día. Tienes una historia pendiente con los búhos del mural. Vas a contarles las novedades de tu vida. Hablas con los demonios de tu pasado. Han ido de viaje contigo. Recuerdas a tu hijo. Lo llamas para darle las buenas noches. Quieres mudarte a esa ciudad. Sopesas opciones.

Disfrutas tu platillo y tu soledad. Rechazas el postre que te ofrecen. Sólo pides un café que endulzas con una trufa. Ignoras que compartimos el gusto por el chocolate amargo. Enciendes un cigarro. Soy la última idea que podría pasar por tu cabeza. Por un huequito en la ventana alcanzas a ver las musas de Bellas Artes fantásticas e iluminadas.


Hinojosa; Febrero 22 de 2006

Proyecciones

Cena calentada en el microondas. Gorditas de cochinita pibil. Tres sólo tres, ni una más. Siento de nuevo la acidez que me ha acompañado desde mediodía. La cerveza helada paraliza mi garganta al pasar. Un eructo se abre paso desde la boca de mi estómago y puebla de vida la sala vacía. Descansa un poco mi cuerpo. Quiero que pase algo similar con mi cerebro. Suspiro. Un cigarro acentuaría el malestar, por eso lo enciendo. Duele, luego existo.

¿Empezó ayer o al amanecer? Anoche me topé con Nidia. Doctora en Historia de la Arquitectura. Su título le sirve para un carajo y nada. La han puesto a impartir clases de licenciatura, como recién egresada. ¿Y sus años de estudio qué? ¿Y lo que sabe, quién lo aprovecha? ¿Para qué irse tan lejos si lo que hace hoy es similar a lo que hacía antes de irse? Claro, lo paseado nadie se lo quita; pero es humillante su nueva estadía. Un mal sabor de boca se instaló en mí. Posgrados, títulos, éxito, metas pendientes. Felicidad incumplida. Nadie dijo que fuera fácil.

También está Paola. Un caso similar aunque un poco más dramático. Regresa triunfante de la Complutense de Madrid, Mención Honorífica y tal. Desacostumbrada al sol regio, sus notas laudatorias le sirven de parasol y cubre así su cara. Rectoría no la recibe ni le dan la bienvenida ni las gracias.

Las cuestiones personales quedan en punto y aparte, por hoy tengo suficiente con las broncas profesionales. Jóvenes, talentosas, comprometidas, entregadas. Frustradas y desempleadas, como yo. La vida para conseguir un sueño y entre más te acercas, más lejos camina. ¿Es bueno el camino que he elegido? ¿Funcionarán mis planes?

Despierto temprano escuchando el celular que atosiga, una llamada perdida. Mi socia me busca. Debe ser algo importante para que me llame a esas horas. Devuelvo la llamada de inmediato. Le urge verme. Me baño pensando que no me va tan mal. Tengo un trabajo fascinante. Cuestión de acelerar las cosas. Apurarme, concretar. Seguro no está de acuerdo con mi trabajo de noche. Ajustaremos horarios. La sorprenderé con mi trabajo de hormiga. Silenciosa pero avanzando. Por desayuno sólo un café, yogurt y medio taco. Ese dolorcillo en el estómago viene acompañado de asco.

Llego a la oficina. Tengo algo seguro en mi existencia. La certeza de un plan que tiene todo mi entusiasmo. Ella está muy seria. La Editorial ha cambiado el Jefe de Área, nuestro contacto. El proyecto se va a la congeladora, suspenden los pagos y el compromiso de publicarnos. Podemos seguir, por cuenta propia, por apoyo moral no paramos.

Quedo en silencio. Cómo pesa en la espalda mi laptop. Nada es seguro y menos aquello en lo que más te has recargado. Siento una punzada en el pecho y un golpe seco en mi regazo. Puta madre, digo para mí. Evalúo la situación y las posibilidades antes de decir algo.

No pongas tus huevos en una sola canasta. Quién no arriesga no gana. Bástale a cada día su propio afán. Se sufre pero se logra. Ayúdate que yo te ayudaré. Si te mueves con verdad, lo que hagas estará bien. El fracaso estimula la voluntad. Se puede vivir sin amor pero no sin dinero. Frases gastadas que no sirven de nada pero llenan el silencio incómodo.

La tarde transcurre pesada entre mi socia y yo. Cada dos segundos intento convencerla de continuar en algo en lo que yo misma he dejado de creer. ¿No nos vamos a rendir a la primera o sí? Hay que terminarlo y ver qué hacemos después, vender la idea, conseguir otro contacto. Todo lo digo de dientes para afuera, por dentro me estoy desmoronando.

Mutilo un cuento para entrar al concurso. Los que te aman te dan fuerza para intentar cosas. Me concentro en las letras al tiempo que me evado de la arquitectura. ¿Será una metáfora situacional o una pregunta existencial?

Dejo el sitio seguro de la oficina para meterme en el tráfico del centro de la ciudad. Hora pico. Todos vamos a nuestro destino, queremos llegar primero. Invadimos carriles, olvidamos las direccionales. Que batallen los demás. Nos importa muy poco tener conciencia de los otros. Sólo vemos lo que está frente al parabrisas delantero. Pendejos, todos los demás son pendejos. Quizá, Hinojosa, quizá, pero ellos vienen de su trabajo y tienen un sueldo.

Entrego mi cuento. Quiero estar sola. Le pondré pausa al asunto profesional para concentrarme en el personal. No puedo. Todo va junto con pegado. Necesito equilibrar mis cinco áreas de importancia para alcanzar la felicidad y compartirla. Me siento débil y quiero que me apapachen. No estoy tan jodida, pero este revés me ha partido en dos.

De nuevo la acidez. Otra cerveza que me adormezca. Otro cigarro que me lastime. Otro eructo que me arrulle. Me tiraré en la cama a sentir lástima de mí. Después de todo, esto es más fácil que hacer un recuento de mis habilidades y seguir.

Hinojosa; Febrero 22 de 2006

Friday, February 17, 2006

Del Ancira al Alamey

Bette y yo tomamos un café en el Lobby del Ancira. Es nuestro momento de compartir espacios emblemáticos. Poco a poco se va integrando a mi vida. Escribo, le cuento, mi cita con Ximena, aquella noche de martinis con María y la madrugada retando a Mine y Grace.

Estoy feliz porque tengo una escucha comprometida que no interrumpe. ¿Más café? Sí, gracias. Con mucho cuidado el mesero sirve la cantidad exacta. Aunque huele delicioso, no quiero que ni los vapores le lleguen a mi muchacha. No quiero maltratarla, por eso tampoco fumo si estoy frente a ella.

Una niña brinca y curiosea cerca de mí ¿Dónde estarán sus padres? La laptop le llama la atención. Le sonrío por inercia. Disfruto la red inalámbrica platicando con Jordi. Multitasking, en otra ventana trato de resolver una cotización. Actualizo archivos, reviso cuentos, leo el periódico.

La amenaza se acerca de nuevo. Vence la mínima distancia prudente. La volteo a ver con mirada fría y una mueca inequívoca de "Ni te atrevas" A Bette nadie la toca y menos tú, chavalilla con tus manos pringosas.

No hace caso de mi advertencia. Pone la mano en el centro de la pantalla de mi computadora. Un ¡No! me sale desde mis entrañas. Se paraliza el movimiento del hotel y milagrosamente revive la ausente madre.

La señora se aproxima, viene hacia donde estamos Bette ultrajada, la chavalilla asustada y yo encabronada. Comenzamos a discutir. Me duele horrores la imagen que veo en la pantalla.

Que no le grite. Que no toque mi computadora. Que es su hija. Pues entonces que la cuide. Alzamos la voz y discutimos. Molesta y dolida, apenas levanto la mirada. Sólo veo a mi Bette, consternada.

Todo puede empeorar. Toma mi taza de café y lo vacía entero sobre el teclado. Veo en su rostro cómo disfruta la crueldad innecesaria. Me duele el alma. Remata la faena con una cachetada que cruza mi cara. Me arden las mejillas pero no pondré la otra. La fulana ignora que yo no doy cachetadas de señorita ofendida, por respuesta le suelto un puñetazo, que no por nada he sido siempre fan de "El Santo".

Un escándalo es el nuevo huésped incómodo. Los empleados de Seguridad nos separan. Alguien le ha llamado a la policía. En la revuelta pierdo el celular, la laptop y la dignidad. Quedo esposada. La granadera nos lleva juntas a las celdas del Alamey. Vocifera más que habla; yo apenas si puedo llorar. Tiemblo de coraje y estoy de luto por Bette.

Sigo esposada a las rejas. Alguien toca la puerta. Me parece ilógico que un guardia lo haga. Insisten. Me enderezo. ¡Pase! Es Grace, que ha venido a visitarme. Dicen que en la cama y en la cárcel se conocen los amigos. Ella no me juzga ni condena, se concentra en preguntarme ¿Qué te pasa? ¿Qué tanto guerreas? ¿No te ibas a ir temprano?

Suspiro aliviadísima. Sobo mis muñecas liberadas. Bette, intacta, duerme a mi lado.

Wednesday, February 08, 2006

Dos horas muy padres

Odio el Autocad, hasta estoy de mal humor, pero no tengo ganas de limpiar mi restirador para ponerme –realmente- a dibujar. Escucho los pasos de papá que viene a mi estudio. Rechina la puerta. Ya está en mi espacio. Siempre entra sin tocar. Es el único de esta familia que se atreve a hacer eso. ¿Poca educación o es su forma sutil de recordarme que esta es su casa? Quizá por ahí viene la cosa, se trata de autoridad.

Grabo lo que he hecho. Viene a interrumpirme y seguro me entretendrá por un rato. Mande, le digo en automático con un tono áspero. ¿Me llevas a Soriana mañana? Lo dice como sólo él sabe: parece que te pide un favor, pero en realidad te da una orden. ¿Mañana, a qué horas?, le pregunto sabiendo de antemano su respuesta. En la mañana. No puedo por la mañana, papá, vamos ahorita. Ahorita yo no puedo, hijita, dije mañana. Padre, padre padre. Pelón y con piojos. Viene a pedirme favores y encima establece sus horarios. No soy un taxi, papá. No soy chofer. No me diga hijita.

Continúo con mi dibujo dando por terminada la plática. Continúa en mi estudio haciendo un inventario de los papeles sobre la mesa. Algo pasa en su cabeza y acepta mi propuesta. Vámonos pues. Apago el monitor de la computadora y enciendo mi chip de hija menor.

El asunto divertido se instala apenas le abro la puerta del coche para que se suba. Mi humor cambia de inmediato. No sé cómo contarlo. Pero estas dos horas que siguen son mi tarea. Quizá me ayudará poner en cursiva, todo lo que pienso pero no le digo. Quizá debiera empezar a practicar los diálogos.

Este coche no es como el de tu hermano. Mi padre insiste en comparar el Astra super equipado de Moisés contra mi Pointer austero. No tiene para agarrarse, no me quiero poner el cinturón. No le estoy preguntando. Qué bien suena el stereo, Sony, pura calidad. No, papá, sólo era el más barato. ¿Qué estamos escuchando? Miguel Bosé. Ni te atrevas, Polo, ni te atrevas a criticarlo. Hasta olvido el usted con el que mi madre nos ha enseñado a hablarle.

Camino a Soriana vemos una ambulancia. ¿Te acuerdas? Sí, papá. Cómo olvidarlo. Nueve hijos, una esposa, ocho hermanos y allá va Nohemí a cuidarlo. Me dormí en el piso de la Sala de Espera. A las seis de la mañana preguntaron por un familiar. Papá moribundo quería hablar conmigo, bueno, con alguien. Allá voy por la bendición y la herencia, corriendo apresurada. El señor quería que le trajeran su radio. Cómo amaneciste, dormiste bien, no se le ocurrió ni siquiera preguntarlo.

Tengo un comentario listo para herirlo si se le ocurre sacarme plática. No lo uso pues quedamos en silencio. No tengo ganas de discutir con él. Además pienso en que no he escrito mi cuento. Fantástica para criticar pero débil para crear. Bien lo dice mi madre: Entre más larga la lengua más corta debes tener la cola.

Llegamos a Soriana. Mal me estaciono, él olvida pagar el taxi y dar las gracias. Solo se baja dando un portazo. Camina rapidísimo, hecho madre dirían los maleducados. Lo veo alejarse. Se ve super simpático. Parece que va a recoger un premio. Corre, Polo, corre, que no te vea Almohadóvar porque te hace película.

Termino de acomodar el coche. Subo el vidrio del copiloto, bajo el seguro, pongo la alarma, procurando no perderlo de vista. Luego me tranquilizo. Ya sé para donde va.

Lo encuentro en las latas. Me pregunta que qué tanto escribo. Cosas, papá, cosas.

De lo que se pierden mis hermanos. Ir a Soriana con papá es tan divertido. Creo que así lo recordaré cuando ya no esté. ¿Porqué ni escrito me sale decirle mi papá? Siempre es papá, padre, el papá de todos, tu papá, pero nunca mío. Es una barrera del lenguaje. Porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad, como dice Cortez. No seguiré este pensamiento, estoy en un taller de escritura no en Gestalt.

Hay que leerle todas las etiquetas. Una por una por una. Y no importa cuánto lea, siempre me falta un dato por ahí. Carbohidratos, grasas, sodio, calorías. Fechas de caducidad. Siempre queda insatisfecho. Me encantaría saber cuál es el dato que busca. No se lo pregunto, eso restaría mi diversión.

Recuerdo que necesito un cepillo de dientes. Más bien dos. No es que tenga boca o dientes dobles, pero sí compraré un par. En la farmacia recuerdo que me hace falta algodón, bueno, a mí no, a mi mamá. Revive mi obsesión de orden en los anaqueles. Todas las cosas acomodadas. Se ve muy padre todo uniforme. ¿Porqué no va alguien a acomodar así las cosas en mi estudio?

Regreso a las latas por papá. Ya no está. Voy a las frutas. Ahí lo encuentro. Examinando uno por uno los aguacates. Lo ayudaré a escoger por descarte: todos los que yo le diga estarán en automático descalificados. Es tan predecible que resulta hasta fantástico. Polo, Polo, Polo, cómo eres necio, cómo nos parecemos.

Ya va una hora y se ha ido como agua. Frase hecha, lugar común. Esbozo el cuento de la tarea mientras papá selecciona unos duraznos.

Ahora vamos por el pescado. Nos falta escoger las toallas. Usa un plural que me desagrada. Me molesta porque en realidad no me incluye y me encabrona porque es el plural que usa mucha gente en su vivir. Como si fuéramos múltiples. ¿Porqué no nos hacemos responsables de nuestras decisiones? Escogí. Tomé. Primera persona del singular en tiempo presente que eso es lo único que hay. Escojo, tomo, decido, escribo.

Pasamos por las bebidas. El tema tan prohibido. Me hace falta escribirle a Rodolfo, para agradecerle los detalles. Qué antojo de jamón serrano, qué rico estaba el que ofreció la Rubia. Papá busca y busca y busca salchichas de pollo. Que no papá, que aquí no las venden. Sigue buscando ignorando mi comentario. Búscame sodas verdes. Esa es su manera de responderme.

Voy por las sodas verdes. Traigo todas las que encuentro sabiendo que ninguna le gustará. Las ve todas. Leo las etiquetas. Mejor traime coca lay. Ok. Regreso todas a su sitio muerta de la risa. Este es papá. Le llevaré cinco y querrá cuatro, y si le llevo cuatro querrá cinco, y así hasta la eternidad.

Ya va camino a la caja. No permite que empuje el carrito. Escoge la fila donde hay más gente. Me encantaría saber porqué hace eso. Seguro que toda la gente aquí piensa que soy una arrastrada. Pobre anciano y la hija que no le ayuda. En la banda corrediza lo veo batallar acomodando las cosas. Ahí sí lo hago a un lado. Permítame. Me queda claro de quién heredé la soberbia. Ojalá hubiera heredado más cosas de mi madre.

¿La tarjeta de puntos? Otra vez no la traje. Río porque me espera un regaño. Su rostro es la completa desaprobación. Ni sabemos para qué sirve, pero él quiere su tarjeta del aprecio. Hoy se contiene y decide orientar su furia contra la chamaca que empaqueta las compras. Algo le dice sobre que no revuelva las cosas, que use una bolsa para cada una. La niña se queda helada. Yo entiendo de donde heredo también las obsesiones. Volteo para todos lados para no soltar la carcajada. Ay papá, se la baña.

Saca la tarjeta y paga. Busca entre sus monedas para darle algo a la paquetera. Ni eso me deja hacer. Le da un peso. Me río. Ay, papá. Y sé que no es que sea tacaño, casi estoy segura que para él es mucho. A la gente hay que entenderla en su contexto. Papá hacía muchas cosas por y con un peso. Sin que se de cuenta le doy a la chica otra moneda, de peso, claro.

Ahora sí nos vamos a casa, empujo el carrito. Él se adelanta al Pointer. Veo el reloj. Ya me he pasado del tiempo pedido. No será mi tarea, no cumplo quizá con lo requerido, pero tengo este momento, que ahora queda escrito. Subo las cosas a la cajuela. No las maltrates, acomódalas con cariño. Ya comienza papá de nuevo, quejándose en mi coche, yo manejo y sonrío.

Hinojosa; Febrero 8 de 2006

Tuesday, February 07, 2006

El Reino de las Palabras



- ¿Cómo te fue? – Le preguntan los Caballeros Pensamiento apenas la ven salir de aquella reunión.
- Otra comida más. Nada rescatable.
- ¿Y tus armas, princesa, las que te dimos la semana pasada? – Inquietos, los Caballeros le preguntan mientras la escoltan en su camino al Palacio de las Letras donde el Concejo y el Rey la esperan.
- Revísenlas. Creo que las he puesto de nuevo en la maleta.
- Bien, has traído casi todas de regreso. Algunas palabras vienen usadas, otras incompletas. Las más se han reunido para utilizarlas en oraciones. Sentencias encadenadas para contar historias. Las fraseshechas, son las que más faltan. – Así dice el informe que le envían al Concejo.
- Sí, pero no me han servido de mucho.
- ¿Y los aditamentos? – Los Caballeros, implacables, siguen pidiendo el resto.
- Ahí están. También en el cuaderno.
- Dos puntos, puntoycoma, suspensivos, paréntesis, interrogaciones, exclamaciones, interjecciones, conjunciones, etcétera – El inventario está bien. Ahora puedes pasar a ver al Rey.

- Bienvenida al Gran Salón del Palacio. Hemos visto que en una semana esbozaste ideas para un cuento. Diste vida a un aforismo. Escuchaste críticas, expresaste opiniones. Te abriste paso en un camino que no conocías, tomaste de bandera la Valentía. Venciste el miedo de la Ignorancia. Le arrancaste a la Nada palabras que volaban y las aterrizaste.
- ¿Qué tienes por decir? ¿Qué has hecho con lo que se te ha dado? – Se oyó la voz del Rey interrumpiendo al Concejo.
- Poca cosa, casi nada –la princesa toma otra frasehecha prestada- sólo un cuento.
- Un cuento no es poca cosa; lo que sí es lamentable, es no saber valorar intentos.
- Estaré condenada al exilio. He de aceptarlo.
- No, eso sería muy sencillo. Haremos contigo algo más sensato. Se te devolverán tus armas y armadura. Estarás sentenciada a volver a intentarlo, las veces que sea necesario hasta lograrlo, pues en este Reino, nunca hemos admitido escritores desesperanzados. Usa el Talento, que por algo te ha sido confiado.


Hinojosa; Febrero 8 de 2006